Miguel Ruiz Mazón
Negro sobre blanco, donde sobre todo, nada es circunstancial. Todo tiene una íntima referencia a lo que el autor quiere transmitir. Como la tinta al papel, la pintura se escribe con contundencia, sin distracciones aparentes a simple vista, porque para Miguel Ruiz en cualquiera de las disciplinas que utiliza para expresarse, lo rotundo va dirigido a la multitud, el detalle se guarda para unos pocos. Nunca ha renunciado al color, pero elige el negro para que el entramado de tinta sea una batalla de transparencias donde la dualidad dominante en la composición se juegue la gloria: El blanco del soporte por conseguir flaquear al tono de tinta y rebotar la luz desde el fondo; el negro de la superficie, por solidificarse en opacidad. Esta rotundidad tiene su contrapunto en la delicadeza del trazo del pintor. Sublime balance entre lo tenso de la forma y lo sensible del modo, o como corresponde, del buen hacer como pintor.
Aunque no seamos grandes partícipes del encorsetamiento que
producen las etiquetas estilísticas, hay quien pueda ver una acusada influencia
del arte de vanguardia soviética, del simbolismo abstracto o del suprematismo
pictórico en aquello que anteriormente definíamos como rotundo: en el primer
impacto de las piezas. Pero el tamaño que invita a acercarse a contemplar la
aparente sencillez, acaba desvelando un preciosismo en el detalle apenas
perceptible. Es la esencia de la pintura tonalista clásica, donde a pesar de
que la técnica es totalmente la opuesta, es decir, que la luz pise a la sombra
contrariamente a como hace Ruiz, sin embargo, se comparte la esencia del
detalle de los grandes pintores y que se desvela ante los buenos observadores:
La información del detalle se encuentra contenida dentro de las sombras.