Rafael Hernández García
RAFAEL HERNÁNDEZ GARCÍA. (Aubervilliers, París, 1962).
Vive
y trabaja en Campo de Mirra. Licenciado en Bellas Artes (1991) y Máster en
Producción Artística (2012) por la Universidad Politécnica de Valencia.
Ha
realizado más de cien exposiciones entre individuales y colectivas en Galerías
de Arte y Salas oficiales, repartidas por la geografía española: Alicante,
Valencia, Barcelona, Cuenca, Burgos, León, la Coruña, Madrid, Bilbao, Sevilla.
Ha
participado en numerosas ediciones del Salón de Arte Moderno y Contemporáneo de
ART-MADRID y en la Feria Internacional de Arte Moderno: ART- KARLSRUHE en
Alemania, representado por la Galería del Palau.
Tiene
obras en diferentes colecciones públicas y privadas:
Biblioteca
Nacional (Madrid). Museo de Arte Contemporáneo de Vilafamés (Castellón). Museo
de Arte Contemporáneo de Elche (Alicante). Museo de Arte Contemporáneo de Pego (Alicante).
Colección de la Universidad Politécnica (Valencia). Fundación Antonio Pérez
(Cuenca). Fundación Cultural CAM (Alicante). Club Diario Levante, IVAJ
(Valencia). Club Información (Alicante).
Blinker
España (Alicante). Museo Miguel Hernández (Orihuela). Ayuntamiento de Onil
(Alicante). Ayuntamiento de Villena (Alicante). Ayuntamiento de Elda
(Alicante). Ayuntamiento de Albaida (Valencia). Ayuntamiento de Altea
(Alicante). Ayuntamiento de Benissa (Alicante).
ENTRE LA LUZ Y LAS SOMBRAS: LA LÍNEA
Si decimos desde cualquier contexto que algo está
desdibujado, todos entendemos el mensaje: hablamos de un lugar en donde se han
perdido los contornos, el límite de los contenidos que nos acercaban a una
unidad conceptual, malogrando su principal cualidad, aquella por la que nuestra
mente trabajó al diseñarla; ayudarnos a entender el mundo. Dibujar adquiere de
este modo, un sentido mediador entre el conocimiento que desea obtener el
hombre y su posterior domesticación; el conjunto de saberes que el hombre
necesita para subsistir. Este mapa del conocimiento se dibuja con la línea, un
artificio creado por el hombre desde la Prehistoria para convocar la imagen del
animal y después darle caza, una necesidad de dominar a las fuerzas de la
naturaleza desde el ritual (la magia), señalando a través de la forma el
significado de un contenido, un deseo y una necesidad; la de alimentarse.
Hablamos de un dibujo colmado de aspiraciones para la supervivencia (comida,
huesos y abrigo) encerrados en un reconocible signo, este es un posible
comienzo para el lenguaje, una idea creada por el cerebro humano que permitirá,
después de miles de años, trazar las palabras y números con los que proyectar
nuestro fututo. Y así, seguir adaptando la naturaleza a nuestras necesidades.
Pero cuando la línea no obedece a estos parámetros de
eficacia, ni en consecuencia consigue alcanzar los objetivos para los que fue
pensada, pierde su función y su razón de ser, se convierte en inútil, y
comienza su destierro recorriendo un enorme desierto sin límites. Atravesar
este desierto se transforma en una necesidad interior, un deseo de liberar a
través de las líneas algo que cautivo se esconde. En los oscuros y profundos
abismos de un océano colectivo llamado inconsciente, se encuentran almacenados
los sentimientos, comportamientos y pulsiones ocurridos desde el principio de
los tiempos hasta nuestros días, pero ignorados por la mayor parte de nuestro
cerebro, que al mismo tiempo que dedicaba todos sus esfuerzos a escarbar la
tierra en busca del conocimiento para poder subsistir, enterraba con la tierra
sobrante esta otra verdadera razón de nuestra existencia.
El Arte asume de este modo, la gran responsabilidad de ser
inútil.
RAFAEL HERNÁNDEZ GARCÍA.
MI PADRE
De niño el frío cortaba mis labios, y aunque protegidos, los oídos también me dolían. Entonces subía a las enormes espaldas de mi padre, me encantaba aquel helor mezclado con el aroma a tabaco de pipa que desprendía su negro abrigo. Un hombre que escondía debajo de aquella tremenda fortaleza física, grandes debilidades que me fueron mostradas en el transcurso de los siguientes años... Después cuando llegábamos a casa, mi madre se ocupaba de ponerme más vaselina en los labios y con secos paños calientes que aplicaba a mis orejas, mitigaba el dolor de mis oídos. El invierno en París era muy duro, aunque siguieron doliéndome los oídos también aquí, en España.
Fueron pasando los años, y aquel padre, como tantos otros padres de los demás, no resultó ser el que los hijos imaginaron y/o desearon: la imagen real no coincidía con las otras; el mundo había dejado de ser perfecto.
Mi padre era restrictivo hasta la tacañería para expresar sus sentimientos, hijo de un padre cabrero que le educó a base de palos, con aquel mismo sarmiento con el que aleccionaba a los animales. Rebelde de necesidad, equivocó en su juventud libertad con golfería, y tropezó tantas veces...
Tenía una voluntad hermética e inquebrantable, que le hacía ausentarse del presente a través de su guitarra. Poseía unos grandes pabellones auditivos y decían que sus capacidades musicales le sobrepasaban; era panadero de profesión. Amaba a Narciso Yepes, a Paco de Lucía, a Francisco Tárrega, entre otros. Y siempre argumentaba que un guitarrista así, al menos debía trabajar durante ocho horas diarias de ensayos y correcciones, para alcanzar una disposición interpretativa adecuada. Y que bastaban sólo unos días de inactividad para que los dedos perdiesen la fuerza y agilidad necesarias. Había que poseer primero la técnica del oficio y después mantener las habilidades adquiridas, hasta alcanzar el virtuosismo musical. Un “método” dirigido a esclavizar el cuerpo para llegar a lo sublime.
Con el transcurrir del tiempo acabó pareciéndose a su retrato y, en este proceso, su rostro le acompañaba registrando las marcas que sobre él imprimía el devenir. Pero lo realmente difícil era recorrer el camino a la inversa, cuando el retrato ya estaba acabado, y perseguir un imposible metafísico al intentar desentrañar, a través de las marcas que recorrían su cara, los sucesos que las produjeron.
En su rostro destacaban las prominentes mejillas, y unas cejas, que todavía muy pobladas, establecían un acusado límite con la frente, para, más abajo, en las cavidades orbitales, albergar, junto a las nítidas ojeras, unos párpados, que “a media asta” nos hablaban de un mundo interior, apresado entre el deseo de sentir y la amputación. Poseía una mirada rotunda y penetrante que nos vigilaba, escondiéndonos, tras la máscara de una aparente invulnerabilidad, a un hombre profundamente herido. Y sus labios resumidos en una línea que apenas me besó, dividían el espacio entre la nariz y la barbilla. Sin embargo en escasas ocasiones, después de contar un suceso gracioso, reía durante un tiempo hasta llorar, contagiándonos una efímera alegría.
Él, que fue un hombre de principios claramente definidos, alrededor del trabajo bien hecho, leal amigo de aquellos a los que consideraba como tales, sufrió el inevitable desgaste producido por el tiempo y los abusos, que le hizo perder aquel poderoso cuerpo con el que arrastraba su vida.
Después del último accidente, el camino se desplazó rápidamente debajo de sus zapatos pisándole los talones rotos, y aquellas sustancias que siempre le acompañaron, penetraban ahora en su organismo con más virulencia que nunca, inyectándole un dolor autista, ocupando su espacio interior y ausentándole de su propia vida; anulándolo. Trasladando el final de la partida a otro lugar...
Un lugar sin dimensiones, en donde arrojar la basura durante los siguientes mil años; montañas de fragmentos con los que recomponer el presente. Secos excrementos del pasado con los que fabricar luciérnagas, para alumbrar una existencia embotellada en un grueso vidrio verde de vino, que dejaba trasparentar el contenido de su frustración; la de una vida que además de extraviada le concedía un último pero insuficiente deseo...
El día 16 de junio de 1994, fallecía a los 70 años de edad RAFAEL HERNÁNDEZ LÓPEZ: mi padre. Desde aquel instante, dejé de buscar a mi padre en otros hombres. Heredé su cama, su armario y aquel abrigo negro. Su olor me persiguió durante un tiempo, hasta que descubrí que esos efluvios me pertenecían, eran la primera y última entrega de su herencia. No hay día en el que por alguna razón no le recuerde. Y he necesitado de todo este tiempo para aprender a quererle.
FICHA TÉCNICA:
RAFAEL HERNÁNEZ GARCÍA
“Aproximación a mi padre”
2010-2020
Técnica:
Óleo sobre tela, acrílico y lápiz.
150 X 360cm.
Dibujo en blanco sobre negro enmarcado y cerámica.
34 X 39cm.
LUZ Y
SOMBRAS por
Rafael Hernández García
SOMBRA
PROYECTADA- El mito de la hija de Butades de Corinto En el libro treinta y cinco de
la Historia Natural de Plinio el Viejo, se recoge un relato sobre el origen de
la pintura y la escultura. Un mito corintio que nos lleva a la Grecia del siglo
VII a. C. Fue entonces cuando Kora, hija del Butades, quedó prendada de un
joven que pronto marcharía a la guerra. Durante la última noche antes de su
despedida, Kora despertó de su sueño y descubrió cómo el perfil de su
amado se describía en la pared, proyectada por la luz de una vela.
Tomando un carboncillo, repasó el perfil de la sombra, para así no olvidar
la imagen de su amado. Partiendo de aquella silueta su padre Butades, aplicó
una capa de arcilla que modeló llevando a la tercera dimensión el retrato
del joven, que posteriormente horneó para que se conservara a lo largo del
tiempo.
LUZ Y
SOMBRAS PROPIAS en escultura y pintura
Una
luz cenital acaricia la piel del mármol de carrara. La luz define las formas de
un cuerpo desnudo y las sombras lo abrazan desde el extremo opuesto al foco. La
tensión del desenlace se hace visible en las luces y sombras de la estructura
ósea, músculos, tendones y venas de la mano derecha. El rostro frunce el ceño,
fija la mirada en su objetivo, materializa la idea, construye el volumen y la
figura se independiza del fondo. “El David de Miguel Ángel” está dispuesto
para la acción.
Un siglo después otro Miguel Ángel, llamado Caravaggio,
crea sus escenografías y dispone a los modelos para ser pintados, cierra las
ventanas del taller, se acerca a oscuras, imagina las imprescindibles partes de
una narración visual y enciende unas velas. La escena, gracias a la luz, emerge
de la oscuridad, fondo y figura se unen a través de la sombra y también
evidencian en nuestra mente lo que no vemos.
SOMBRAS PROYECTADAS o luz solar ¿Vivir en la penumbra?
El mito de la caverna - Platón
describió un espacio cavernoso donde se encuentran un grupo de hombres encadenados
de piernas y cuello a un muro, sin posibilidad de girar la cabeza desde su
nacimiento. Los hombres están situados frente a la pared de la caverna. Detrás
de ellos y pegado al muro existe un pasillo y más atrás, en paralelo, unas hogueras.
Por el pasillo unos hombres circulan llevando todo tipo de objetos que sitúan,
levantados, delante de las hogueras y sobre el muro. De tal modo que proyectan
sombras sobre la pared de la caverna gracias a luz de las hogueras y los
objetos interpuestos delante de ellas. Estos hombres encadenados consideran
como verdad las sombras de los objetos, ya que no pueden ver lo que
acontece a sus espaldas. Pero un preso liberado contempla la hoguera y todo el
montaje, comprende esta nueva realidad más compleja y entiende que su vida
anterior estaba compuesta por apariencias. Después sale de la caverna y contempla
una nueva realidad exterior: el Sol, otros hombres, animales, árboles,
lagos, astros etc. Es entonces, cuando este hombre liberado comprende que es la realidad y se
identificaría con el mundo inteligible. La alegoría acaba al hacerle entrar de
nuevo a la caverna para “liberar” a sus antiguos compañeros de cadenas, pero
cuando lo intenta se ríen de él e incluso piensan matarle porque no entienden la
auténtica verdad que ha descubierto, prefieren mantenerse en la
ignorancia.
En concordancia
con “El mito de la caverna“, Horacio
pronunció la frase: “sapere
aude” (atrévete a saber, o atrévete a pensar). Su divulgación se debe a Kant
que entendió la frase como una necesaria herramienta para alcanzar la mayoría
de edad y como respuesta a una pregunta: ¿Qué es la Ilustración?
El
descubrimiento de la fotografía cambió, sustancialmente, la dirección del
arte en el siglo XX, el cubismo y la abstracción lo confirman, desde el arte
objetual al arte de concepto, también. Gracias a este giro, la pintura dejó de
ser un instrumento utilizado por el poder, para convertirse en un medio de
expresión que podía aspirar a una anhelada libertad. El arte moderno tuvo
diferentes compañeros de viaje: Culturas tribales y antiguas civilizaciones que
fueron visibilizadas, la ciencia, la psicología, los grandes agujeros que
perforaron la conciencia de Occidente producto de las dos guerras mundiales,
los campos de exterminio nazis y los gulags soviéticos. La dimensión del
cataclismo moral producido fue tan profunda que Theodor Adorno afirmó que
“después de Auschwitz no se podría escribir poesía¨. Aunque el arte demostró
ser terapéutico y sigue curando heridas. En la actualidad tenemos otra
situación económica, política, social y también otras guerras. Pero de lo que
estamos seguros es de que la inteligencia artificial está provocando
cambios en todos los campos del saber humano y, transformará nuestras vidas de
un modo infinitamente mayor a lo que supuso la invención de la fotografía.
Debemos
celebrar la vida y el arte. Debemos sentir el profundo origen de nuestro
trabajo, las fuerzas que lo envuelven y la necesidad de seguir adelante. Debemos
ser valientes y mantener un pensamiento crítico, alcanzar la mayoría de edad y,
para que esto suceda, debemos formular las preguntas adecuadas… Aunque sabemos que nuestro tiempo es de LUZ Y
SOMBRAS.
¿Son
en verdad los organismos solo algoritmos y es en verdad la vida solo
procesamiento de datos? ¿Qué es más valioso: la inteligencia o la conciencia?
¿Qué
le ocurrirá a la sociedad, a la política y a la vida cotidiana cuando
algoritmos no conscientes pero muy inteligentes nos conozcan mejor que nosotros
mismos?
Yuval
Noah Harari – Homo Deus